Cuenta la leyenda que las gotas de ámbar son las lágrimas de las Helíades llorando eternamente a su hermano Faetón al que Zeus había arrojado al río Erídano.
El ámbar es una sustancia misteriosa que siempre ha fascinado al hombre y a la que ya Plinio el Viejo atribuía poderes curativos, Galeno lo incluía como remedio de sanación y los gladiadores cosían piezas de ámbar a sus ropas porque creían que tenían poderes de protección.
El libro “Ámbar, la historia de un material que ha fascinado a la humanidad” (Los Libros de La Catarata) de Enrique Peñalver, científico del Museo Geominero del Instituto Geológico y Minero de España, repasa la historia del ámbar desde la antigüedad más remota hasta las investigaciones más recientes.
Es un material fascinante, se ha utilizado como adorno desde hace miles de años por su belleza singular y transparente y su facilidad para el tallado. Si se frota con un paño el ámbar se carga de electricidad y puede atraer a partículas pequeñas, pesa poco y flota en el agua salada. Se deteriora con facilidad, porque es, al fin y al cabo, un material orgánico, una resina fósil que se forma a partir de la resina que producen los árboles para defenderse de las agresiones.
Al ser quemado produce un olor parecido al incienso al que tradicionalmente se ha adjudicado propiedades beneficiosas para la salud. Todavía hoy en Chiapas se quema en un brasero cerca del enfermo para tratar diferentes dolencias.
Pero el ámbar es sobre todo una “cápsula del tiempo”, una fuente de información sobre el pasado de incalculable valor que nos dice cómo era la vida hace millones de años gracias al estudio de los pequeños fósiles que se quedan atrapados en su interior.
El ámbar es una ventana al pasado, una de las escasas ocasiones en que el pasado nos cuenta también los comportamientos porque, dice Enrique Peñalver, el comportamiento también fosiliza y el ámbar ha congelado imágenes del pasado al atrapar a los insectos en momentos de su vida cotidiana. Así encontramos hormigas que fueron atrapadas cuando trasportaban masas de huevos y crías para salvarlas de la inminente y mortífera llegada del río de resina, otras que quedaron atrapadas cuando regresaban con comida al hormiguero y se ha encontrado, incluso, un fragmento de tela de araña con sus presas (en Teruel) o diferentes insectos en el momento de la cópula.
Y no podemos recuperar ADN para reproducir especies extintas, aunque quede muy bien como argumento de ciencia ficción para el cine, pero el doctor Raúl Cano, afirma que ha devuelto a la vida bacterias prehistóricas a partir de esporas obtenidas de una abeja atrapada en ámbar y las levaduras resucitadas se utilizaron incluso para producir cerveza. Sus resultados, no obstante, son muy cuestionados por la comunidad científica.
El libro de Enrique Peñalver es una oportunidad para profundizar en la historia y conocimiento de uno de los materiales que más nos han fascinado y que más tienen que contarnos.