El primer juego de ordenador del mundo

Actualizado, 26 de febrero de 2023

 

Hace 100 años el ingeniero español Leonardo Torres Quevedo construyó el que muchos consideran primer juego de ordenador de la historia: el Ajedrecista, un autómata capaz de jugar un final de rey y torre contra un adversario humano. Y ganar.

El Ajedrecista nació en 1912 y dos años más tarde se presenta en sociedad en la Feria de Paris donde se convirtió en la sensación del momento. El 6 de noviembre de 1915 la revista “Scientific American” publicó un artículo sobre el autómata bajo el título «Torres and His Remarkable Automatic Device» («Torres y Su Extraordinario Dispositivo Automático»).

En una primera versión la máquina movía las piezas mediante unos brazos mecánicos que después se sustituyeron por imanes. No se podía engañar al Ajedrecista, era capaz de detectar movimientos no permitidos y siempre ganaba ya que siempre empezaba en un movimiento desde el cual no podía perder nunca.

La pieza original de “El Ajedrecista” se conserva actualmente en el Museo Torres Quevedo de la Escuela Técnica Superior de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid.

No fue la única muestra del ingenio y creatividad de Torres Quevedo. En otros muchos logros, fue la segunda persona en la historia en realizar una demostración de control remoto inalámbrico ( el primero fue Nikola Tesla en 1893) con su Telekino que era capaz de ejecutar las órdenes que recibía  mediante transmisión por ondas hertzianas

Realizó una demostración pública de su invento en dos ocasiones, en el Puerto de Bilbao maniobrando un bote a distancia  desde la terraza del Club Marítimo del Abra. A la segunda  asistió el Rey Alfonso XIII.

Fue tal la importancia del Telekino que, en el año 2006 el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE) consideró que se trataba de un “Milestone”, es decir, un hito para la historia mundial de la ingeniería.

El funicular sobre el Niágara

Spanish Aerocar | WIKIPEDIA (Zwergelstern)

Desde 1916 un funicular cruza las cataratas del Niágara. Une las dos orillas del río en un recodo que pertenece al lado canadiense. El lugar se conoce como ‘el remolino’ (The Whirpool).

Se llama Spanish Aerocar porque lo diseñó un español, que no era otro que Torres Quevedo. No sólo eso, la empresa que lo construyó (The Niagara Spanish Aerocar Co. Limited) y  el capital que lo hizo posible también eran españoles.

Una placa de bronce en la entrada a la estación recuerda al ingeniero español: «Transbordador aéreo español del Niágara. Leonardo Torres Quevedo (1852–1936)»

Sigue en funcionamiento después de cien años y se ha convertido en un gran atractivo para los turistas y el cine. Se desplaza a una velocidad de 7,2 km/h, y se eleva más de 60 metros sobre el agua.

Dirigibles

Dirigible ‘España, de Torres Quevedo, 1909

Además del Spanish Aerocar diseñó más transbordadores. Y aeronaves. En 1902 Leonardo Torres Quevedo presentó otro de sus inventos, un nuevo tipo de dirigible que fue muy utilizado por los aliados durante la I Guerra Mundial.  Construyó el primer dirigible español (el ‘España‘).

En 1919 diseñó el Hispania para realizar la primera travesía trasatlántica. Por desgracia el viaje no se llevó a cabo por problemas de financiación. Se le adelantaron dos británicos: John William Alcock y Arthur Whitten Brown, que obtuvieron el honor de ser los primero en atravesar el Atlántico sin escalas, en un bimotor biplano.

Torres Quevedo construyó más aeronaves y actualmente todavía se utilizan algunas de sus ideas en la construcción de dirigibles.

La Automática

El ingenio de Torres Quevedo no tenía limites y tuvo tiempo para desarrollar otros muchos inventos, entre los que destacan diversas Máquinas de Calcular .

En 1914 publicó  ‘Ensayo sobre automática’ que definiría una nueva rama de la ingeniería: La automática y sentó las bases de lo que conocemos como Inteligencia Artificial.

Torres Quevedo estaba convencido de que las máquinas podrían llegar a realizar todo tipo de actividades, incluso las que requieren capacidad intelectual. No lo vio, pero el tiempo le dio la razón.

Leonardo Torres Quevedo murió el 18 de diciembre de 1936 en Madrid, donde tenía su laboratorio, en el número 5 la madrileña calle del Marqués de Riscal en el Frontón Beti-Jai,  donde por aquella época ya no se realizaban partidos de pelota.

 

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Ese pequeño punto azul pálido

Hoy más que nunca conviene leer y recordar lo que escribió Carl Sagan cuando la Voyager 1 tomó la histórica fotografía de la Tierra conocida como “un punto azul pálido”. La sonda estaba a una distancia de 6.000 millones de kilómetros y la Tierra se veía como una simple mota de polvo, un pequeño punto apenas visible. Esto es lo que escribió Carl Sagan sobre esa imagen:

«Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Ahí ha vivido todo aquel de quien hayas oído hablar alguna vez, todos los seres humanos que han existido. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cada cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada niño esperanzado, cada madre y cada padre, cada inventor y explorador, cada maestro moral, cada político corrupto, cada «superestrella», cada «líder supremo», cada santo y cada pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de un lugar del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra parte del punto. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestros posicionamientos, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… Todo eso es desafiado por este punto de luz pálida.

Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la gran penumbra cósmica que todo lo envuelve. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. Dependemos sólo de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y yo añadiría que formadora del carácter. En mi opinión, no hay quizá mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido».

Procedencia de la imagen (NASA – Dominio público):
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:PaleBlueDot.jpg