El himno de Gran Bretaña y el trasero de Luis XIV

Louis XIV of France

Retrato del Rey Sol realizado en 1701 por Hyacinthe Rigaud, para su nieto, el rey Felipe V de España, aunque finalmente el lienzo se quedó en Francia.

El actual  himno de Gran Bretaña tiene su origen en el Real trasero de un rey francés: Luis XIV.

No todo era brillo en la vida del Rey Sol de Francia y el monarca sufría mucho por culpa de una fístula que no le permitía apenas sentarse. Actividades como montar a caballo o andar se habían convertido para él en una auténtica tortura. Los historiadores calculan que el monarca se aplicó más de 2 000 purgantes y 15 000 enemas sin conseguir aliviar su padecimiento.

Hasta que el Primer Cirujano del Rey, Claude François Félix de Tassy, le convenció de que tenía que operarse.

Someterse a una operación con las medidas de higiene del siglo XVII era casi firmar una sentencia de muerte, pero el rey sufría tanto que aceptó el riesgo. La intervención se realizó el 18 de noviembre de 1686 con la asistencia de dos boticarios y un confesor real, por si acaso.

La operación fue un éxito. Las reales posaderas dejaron de molestar al rey y éste estaba tan agradecido que otorgó al médico, entre otras recompensas, un pago que al cambio actual  equivaldría a unos 30 millones de euros.

La operación otorgó gran prestigio a la cirugía y a los médicos. Y bien que les vino porque, en aquellos tiempos, de buena fama no andaban muy sobrados.

El músico Jean Baptiste Lully tuvo una gran idea para celebrar la buena nueva: compuso un himno exaltando la curación del monarca. Y fue tan del agrado del rey que se convirtió en himno de la Monarquía hasta la llegada de la Revolución Francesa. Lo llamó “Dios salve al Gran Rey”.

¿Cómo terminó una canción dedicada a la sanación de la fístula anal de Luis XIV convertida en himno de Gran Bretaña? En el año 1714, el compositor Handel estaba de visita en Francia, escuchó la composición y le gustó tanto que, con algún arreglo adicional, y bajo el título “God Save the King”,  se la ofreció a Jorge I, que acababa de ser coronado Rey de Gran Bretaña.  De nuevo triunfó el tema y ya quedó para la posteridad como himno británico, con la única salvedad de transformarse en  “God save the Queen” cuando, como es el caso actual, reina una mujer.

Actualmente es el segundo himno oficial más antiguo del mundo, el primero es el himno de los Países Bajos, conocido como “Wilhelmus”, una composición dedica a ensalzar las virtudes de Guillermo de Orange “El Taciturno”, en la que aparece citado el rey de España, por aquel entonces Felipe II: “Un príncipe de Orange soy, libre y valeroso al Rey de España siempre le he honrado”.

A pesar de lo que cuente la letra del himno, Guillermo de Orange ha pasado a la historia no por honrar al rey de España sino por todo lo contrario: se le considera el padre de los Países Bajos y líder de la rebelión contra Felipe II. El himno fue escrito entre 1568 y 1572 durante la revuelta contra los españoles.


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El Apolo 1 y los inicios de la carrera espacial

El 21 de febrero de 1967 estaba destinado a pasar a la historia como el día en que salió al espacio la primera nave del Programa Apolo, el ambicioso proyecto estadounidense cuyo objetivo era poner un hombre en la Luna. Pero, en su lugar el día que pasó a la historia y de la peor manera posible, fue el 27 de enero de ese año.

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Ese día se realizaba un ensayo del lanzamiento de la nave Apolo 1. Pero una serie de desgraciados errores se conjugaron para que los tres astronautas que formaban la tripulación se convirtieran en las primeras víctimas mortales de la carrera espacial.

En el accidente influyeron mucho las prisas. Los soviéticos se habían puesto en cabeza de la carrera espacial al ser los primeros en enviar un hombre al espacio, con el vuelo de Yuri Gagarin el 12 de abril de 1961 y los estadounidenses querían ganar la siguiente batalla: poner un hombre en la Luna.

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De izquierda a derecha, Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee, astronautas del Apolo 1, delante del Complejo de Lanzamiento 34 donde se encuentra su vehículo de lanzamiento, Saturno 1

En este contexto las medidas de seguridad no fueron todo lo exhaustivas que deberían haber sido. En el interior de la cápsula había muchos materiales inflamables, algo de lo que ya habían avisado los astronautas. Y cuando saltó una chispa en el interior el fuego prendió rápidamente. Los astronautas no pudieron salir porque no había manera de abrir la escotilla y los gases tóxicos que originó el incendio, terminaron con su vida.

El accidente del Apolo 1 sirvió para revisar las medidas de seguridad y en las siguientes misiones se introdujeron muchas mejoras.

Carlos González, fue durante muchos años Jefe de Operaciones y subdirector de la Estación de Seguimiento Espacial de la NASA en Robledo de Chavela y ha sido testigo de todas las misiones Apolo desde la primera hasta la última. Con él he aprendido mucho sobre lo que falló en el Apolo 1 y sobre cómo fueron aquellos primeros tiempos de la carrera espacial.

Y sobre los “Mercury Seven”, el primer equipo de astronautas que seleccionó la NASA. No fue fácil reunir el equipo y no porque no hubiera candidatos, sino porque había demasiados y todos muy buenos. Para la selección, los aspirantes tuvieron que superar duras pruebas, como aguantar en una centrifugadora aceleraciones de 17 G, responder a una prueba de conocimiento dentro de una cámara hiperbárica de la que se iba extrayendo el oxígeno, aguantar mientras les echaban agua helada en los oídos y otras pruebas semejantes. Además tenían que ser ingenieros y pilotos de prueba, tener el curso de supervivencia de los SEAL’s de la Marina de los USA y tener al menos 15 000 horas de vuelo, entre otros requisitos.

Carlos González conoce numerosas anécdotas de cómo fueron aquellos tiempos, de los inicios de la carrera espacial, los problemas que hubo que superar, el carácter especial de los astronautas. Y de lo que tuvo que hacer Alan Shepard, el primer estadounidense en volar al espacio, para ser, además, el primer hombre (y hasta el momento el único) en jugar al golf en la Luna. Y además lo cuenta de maravilla. Os dejo el audio.


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Cien años del TBO

El 11 de marzo de 1917 un impresor llamado Arturo Suárez publicó el primer número de una revista de historietas. Estaba editada en color azul y se puso a la venta por 5 céntimos de peseta. Le puso por nombre tres letras que hacían referencia a una revista lírica del año 1909: TBO. La nueva publicación pasó desapercibida hasta que la compró Joaquín Buigas, uno de los clientes de la imprenta, que además se casó con la hija de Arturo Suárez. Esta vez sí que tuvo éxito y los españoles aprendieron a decir “Tebeo” para nombrar a esas historietas que ahora llamamos cómic.

He aprendido mucho de la historia del TBO y sus “intríngulis” gracias a Lluis Giralt, el grafópata, que se contagió de la fiebre del TBO siendo niño y el virus ya nunca le abandonó. Desde entonces y durante toda su vida ha buscado y coleccionado ejemplares del TBO y otras revistas y sobre todo originales de dibujos.

Su admiración por los dibujantes era tal que con sólo doce años se saltaba las clases para ir desde Sabadell a Barcelona a conocerlos personalmente (cuando conseguía dinero para el billete de tren recogiendo y vendiendo cobre).

Con el tiempo su afición le llevó a tener la que seguramente es la colección más completa que existe en torno al TBO. Gracias a ella se han podido organizar muchas exposiciones y se han podido reeditar historietas. El próximo mes de marzo saldrá a la venta el libro “Cien años del TBO” en el que ha colaborado con el periodista Antoni Guiral y en el que se cuenta la historia y la intrahistoria de la más emblemática revista de historietas.

En los años 20-30 el TBO llegó a tener una tirada de más de 200 000 ejemplares. Pero la etapa preferida del grafópata es la que va desde 1941 hasta 1952. Es la época de los grandes dibujantes, Josep Coll, Benejam, Manuel Urda, Ricardo Opisso, Méndez Álvarez, Tínez, Nit, y de los guiones de Joaquín Buigas.

Por cierto, que también hubo mujeres en la historia del TBO, como Isabel Valls, Mary, Mª Ángeles Sabater y la guionista María Teresa Pons.

Lluis Giralt llegó a colaborar activamente con la redacción del TBO. No pudo hacerlo cuando era un niño de 12 años y se presentó en la redacción con sus dibujos bajo el brazo, pero sí pudo, ya siendo adulto en los años ochenta, cuando ya la editorial Bruguera, la feroz competidora del TBO, quería comprar la revista, lo que terminó haciendo en 1983.

A partir de esa fecha y con el posterior traspaso de la revista a Ediciones B (el renacimiento de la editorial Bruguera) el TBO fue apareciendo y desapareciendo de los quioscos, pero nunca se marchó del todo y reaparecía de vez en cuando con reediciones, recopilatorios, almanaques y números extraordinarios. Ya lo anticipó el que fue el último director del TBO, Albert Viña, que se despidió antes de la compra de Bruguera con un “hasta siempre lector” impreso en la última página.


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